martes, 27 de enero de 2015

La periodista que no le ha temido a la realidad


La periodista y escritora Olga Behar visitó Armenia para invitar a estudiantes y jóvenes periodistas a desafiar los escritorios y ‘gastar la suela de sus zapatos’ enfrentándose a la realidad del país. 
Conversó con todos los que se acercaron a ella, demostrando su amabilidad, conocimiento y pasión por su profesión, dejando a más de uno entusiasmado por ese camino incierto que vendrá en sus vidas.
También narró las experiencias que ha enfrentado a lo largo de su carrera, que se ha distinguido por su valentía de decir la verdad sin importar las consecuencias, por su decisión de abrir caminos para las personas menos afortunadas y por el amor que le pone a conocer cada uno de los universos que se albergan en Colombia.


¿Cuáles son los desafíos del periodismo del siglo XXI?
Creo que los grandes desafíos tienen que ver con el contacto del periodista con la realidad. En el siglo XXI hemos tenido la facilidad y fortuna de contar con la internet y la conectividad que han cambiado el concepto de las audiencias, pero eso ha hecho también que los periodistas se vuelvan muy de escritorio e individualistas.
Los periodistas jóvenes están sentados en su escritorio, tiene a Google para buscar toda la información que les permita nutrir su artículo, por lo que han perdido ese contacto con la realidad y han perdido esa capacidad, que dice Alberto Salcedo Ramos, de hacer reportería hasta gastar la suela de los zapatos, ese es el gran reto.
En la universidad Santiago de Cali tenemos un proyecto con los estudiantes del énfasis de periodismo de resocialización de adolescentes delincuentes que viven en un centro de formación en Cali, y a través de eso estamos buscando sacarlos a ellos de ese círculo de la violencia, con indicadores de cómo los muchachos aprenden a autovalorarse, a descubrir sus potenciales y que no tienen que volver al barrio o a la pandilla a matar al que hizo que estuvieran ahí.
Desde el punto de vista de los estudiantes, retomamos los géneros periodísticos, hacemos el trabajo de acercarnos a esa realidad cruda de nuestra sociedad, de hablar con jóvenes sicarios que han cometido crímenes terribles y ver en ellos ese niño desvalido, que tuvo una infancia horrible, eso lo que le permite a nuestros jóvenes entender el porqué de la violencia.
Eso gastar la suela de los zapatos y es domar los miedos, enfrentarlos a un reto de vida, y ese joven que sale de la universidad no volverá a ser el mismo y aprenderá que el contacto con la realidad y estar inmerso en la sociedad va a diferenciarlo de ese periodismo de escritorio fácil de hacer hoy.

¿Cuáles eran los desafíos del periodismo del siglo XX? ¿Alguno quedó pendiente?
Los desafíos que teníamos en la segunda mitad del siglo XX se relacionaban más con el desafío de enfrentar al poder político. Yo, por ejemplo, trabajaba en televisión y un noticiero era de Pastrana, otro del hijo de Álvaro Gómez, otro de Julio César Turbay, entonces era desafiar ese poder político para poder decir la verdad.
Otro desafío era poder denunciar las violaciones a los derechos humanos, las torturas de los años 70 y 80. En los años 90 tuvimos que desafiar la muerte, porque paramilitares y narcotraficantes no se iban con contemplaciones y muchos periodistas se dedicaron a otra cosa o vivimos en el exilio. En la segunda mitad de los 80 y 90 desafiamos la muerte y eso nos llevó al siglo XXI. 

¿Cuál ha sido la experiencia más satisfactoria de su carrera?
Yo creo que conocer la realidad de mi país, que no ha sido una experiencia de un día o de una semana, es una experiencia de vida. Creo que conozco este país hasta la médula, tanto a los poderosos como a las víctimas, a las personas bellas anónimas. Conozco este país de cabo a rabo, desde la Amazonía hasta La Guajira y desde Cúcuta hasta el Chocó. Me lo he caminado, lo he andado en mula, en yegua, en chalupa y en avión presidencial.

¿Por qué será que Colombia tiene tantas historias para los periodistas? ¿O todos los países tienen lo mismo?
Yo me acuerdo mucho cuando me fui a vivir a Costa Rica. Pedí a Univisión que me trasladaran de Bogotá, y mi jefa, la vicepresidenta de noticias de Univisión, me dijo que había tres vacantes: Panamá, Venezuela y Costa Rica.
Venezuela era irme a vivir lo mismo que estaba viviendo aquí, era 1999; Panamá me parecía aburrido, y decidí irme para Costa Rica y mi jefa me dijo “Pero allá no pasa nada”, entonces le dije en todas partes pasa algo, es la creatividad que pueda tener el periodista para encontrarlo y logré hacer una corresponsalía muy entretenida.
En todos los países pasan cosas, pero por supuesto Colombia es un país de gente muy particular, hay regiones muy específicas; uno va a Valledupar y encuentra una realidad totalmente diferente a la que encuentra en Quibdó, diferente a la de Popayán y diferente a la de Inzá, Cauca. Tenemos población diferente en cada lugar y una dosis de locura que hace que hagamos unas cosas sensacionales, pero claro que el conflicto también produce mucho.

¿Qué la motivó a ser escritora?
Yo escribí desde mucho antes de ser periodista, mis primeros cuentos los escribí a los 14 años y luego el periodismo me atrapó, no lo atrapé yo a él, sino que el periodismo me secuestró, pero siempre lo he mantenido paralelo a la escritura. Ahora estoy enfocada en la escritura, porque ya no trabajo en medios de la vida cotidiana, eso es para gente joven. Siento que en este momento de mi vida me merezco dedicarme a dos cosas que me fascinan que son la docencia, formar nuevos periodistas, y hacer lo que me gusta, que es investigar para escribir.

¿Cuál es el libro que más ha disfrutado escribir?
Todos los he padecido, todos me han causado pesadillas, pero todos los he disfrutado intensamente. Cada uno ha sido muy importante en un momento y creo con satisfacción que han sido importantes para el país y es lo que me anima a seguir este oficio tan bello. 

¿Qué libros recomienda a los jóvenes periodistas?
Depende del perfil del periodista, pero recomiendo leer esas experiencias del ayer que muchos periodistas nos hemos dedicado a escribir, porque sé que eso les servirá muchísimo en sus carreras y en el futuro que les espera. 
*Entrevista publicada en La Crónica del Quindío y en cronicadelquindio.com 7 Abril 2014. Foto Jhon Jolmes Cardona.

domingo, 27 de julio de 2014

La tarde no acaba

Se quedó dormida a las seis de la mañana, con la primera luz del sol entrando por la ventana, y despertó cuando ya el cielo se veía naranja por el ocaso. Hacía mucho no dormía, sin parar, un tiempo tan prolongado, en el que solo se había despertado un par de veces, por culpa de esos sueños que hacen saltar el cuerpo sobre el colchón para volver a acomodarse.

Se levantó desubicada, dudando de la fecha, pero el calor inclemente que entraba por la ventana y las divisiones del piso la convencieron de que la semana no había pasado de largo frente a sus ojos cerrados.

Caminó un poco por el cuarto, con el cuerpo aún pesado por la falta de actividad y los ojos empañados por el sudor. En el espejo no se reconocía, quizá nunca había visto su cara tan marcada por la almohada o tan falta de expresión.

Recordó la fiesta de la calle 35 a la que había sido invitada por ese amante que siempre trataba de volver, que volvía, y que la atormentaba con la vergüenza que sentía cuando lo veía desnudo a su lado y se daba cuenta que había caído por enésima vez.

La duda y la decisión empezaron una batalla en su ombligo, mientras miraba de lejos sus cuatro pares de zapatos para ir a fiestas, y decidía cuál podría ponerse, si es que se arriesgaba a volver a verlo de lejos e ignorarlo como la mujer madura que se sentía cuando estaba sola en casa y hablaba con las paredes.

Quizá el agua fría de la ducha podría calmar el nudo que ya se la había subido a la garganta: el discurso de la tía feminista que le hablaba de la dignidad y el autoestima en la cabeza, y la poesía romántica que recitaba, dentro de su pecho, que siempre había una nueva oportunidad y que el amor todo lo vale y lo perdona.

El agua no estaba en el punto exacto, tenía una tibieza molesta, que se confundía con el vapor que salía de su piel acalorada al extremo. Cerraba los ojos y recordaba el agua helada de Helsinki, y los cuatro segundos al día que se exponía a ella en verano, cuando le jugaba esa broma al sistema de calefacción del baño.

Qué linda época, en la que todos los hombres eran interesantes, ninguno mejor que otro, ninguno la traumatizaba con una mirada, ninguno le rompía el corazón con una palabra. Todos eran iguales y para todos había besos y llamadas de despedida.

Retornó a ese baño tibio, en el que se debatía con la posibilidad de aceptar la invitación, de bailar sintiendo que alguien la mira, de hacerse la inalcanzable, y terminar en la silla trasera de un taxi con el mismo personaje que reaparece sin piedad en su calendario, causándole esa penosa resignación.

“Puedo hacerlo, soy fuerte”, dijo mirando su reflejo, mientras pintaba sus labios como quien se dispone a ir a una celebración improvisada. Se limpió la boca con una servilleta, “Es mejor ser sabio”, pensó mirando el piso.

En el reloj ya eran las 11:00 p.m., y en su celular no aparecía ninguna llamada insistente preguntando en dónde estaba, suplicando que llegara a la fiesta, indicando que hacía falta.

Qué triste era verse de esa manera, en medio de una confusión tan simple, que se asemeja al proceso de enterrarse una aguja para sacar una espina de la piel, en la que no se sabe qué incomoda más, qué duele más.

Después de mucho pensar, tomó la decisión de usar los zapatos número tres, de no pintarse la boca, de tomar solo ron con limón y de no aceptar bailar con tipos conocidos, en especial, con él.

Cogió un taxi que la llevó hasta la calle 35, a la antigua bodega conocida como ‘La Mancha’. Adentro estaban todas esas luces de neón que le recordaban el naranja que la despertó, había botellas de whiskey caro en cada mesa y unas pocas de ese ron que se había prometido. “El whiskey me vuelve fácil”, pensaba mientras saludaba con los ojos.

Pudo ver cómo, en el centro de la pista de baile, Clara se movía mucho más rápido que el son cubano que sonaba de fondo, era ahí que se daba cuenta que ninguna de las dos era de ese estilo ‘intelectual’, que últimamente todas las personas de su edad querían irradiar, entrecerrando los ojos y leyendo a escritores suicidas.

Su saludo amistoso lo esquivó el dedo índice señalándola y las palabras “Mucho cuidado”, ella sabía bien a qué se refería y también sabía que no podía preguntarle por él, porque no quería volver a escuchar el discurso que ella misma se había dado unas horas antes, mientras se probaba vestidos.

“¿Qué está tomando?”, le preguntó tratando de esquivar la molestia de saber que la mayoría de los presentes justificaban su presencia con motivos románticos. Clara le entregó un vaso de vodka, el cual bebió de un solo trago, olvidando su promesa de consumir únicamente ron y haciendo el esfuerzo de verse lo más natural posible, mientras nuevas parejas se acercaban a la pista de baile.

Desde lejos pudo ver en la otra esquina del salón a Víctor, el tipo que la hacía dormir en exceso para evitar el llanto. Se veía atractivo, característica que detestó en ese instante.

Hablaba y reía con una mujer que le agarraba la mano mientras movía la cabeza al ritmo de la música. Él empezó a mirar hacia los lados, como si buscara a alguien, cuando la encontró detrás de un vaso de whiskey que ella estaba bebiendo por la impresión de encontrarse con su destino nocturno.

Ella trató de disimular y caminó hacia la puerta, sabiendo que ya había provocado la reacción principal, que inconscientemente la habían llevado a ponerse ropa interior nueva.

Cuando cruzó la frontera entre el licor y el frío se quedó como detenida en el tiempo, con el cerebro arrepentido por no ser más ágil al decidir cómo comportarse y con los años pesados e inservibles, pues se sentía como la misma quinceañera que llevó serenata improvisada a un novio que la rechazó.

Víctor salió detrás a una velocidad que disminuyó al encontrársela de frente. Traía  dos vasos de whiskey, porque él conocía los efectos de la bebida escocesa en ella. La saludó fingiendo sorpresa, mientras que lo miraba con decepción, como si se estuviera viendo reflejada en un espejo.

“¿Dos tragos para uno?”, preguntó con sarcasmo.

“No, este es para ti”, contestó él con su mirada de tipo conquistador.

Ella recibió el vaso y empezó a beber sin quitarle los ojos de encima. De nuevo el espejo se repetía, ya que él tomaba del suyo con la misma expresión que ella sentía que tenía.

Sin saber cómo, ya estaba colgada de su cuello y pegada de sus labios, los dos vasos yacían en el piso, y él pasaba las manos por su cadera, la parte que ya conocía como sensible de su anatomía.

Llegaron a su casa. Todo parecía intacto tras su larga siesta, tanto que en la ventana quedaban rastros de la luz naranja del atardecer. Él empezó a desvestirse, se notaba que sabía a qué iba y cuánto tiempo se quedaría tras el acto; no trataba de convencer con palabras al oído, canciones sugerentes o besándola con los ojos cerrados.

Mientras tanto, ella sentía cómo el alcohol le había hecho efecto velozmente. Trataba de ver doble, pero solo veía al mismo hombre, que esta vez ni siquiera la tocaba para provocarla, como si pensara que el tenerlo allí dispuesto ya fuera suficiente motivación para caer otra vez en la resaca psicológica y en los pañuelos de papel.

Lo miró tirado en la cama, desnudo, con el espectro de una luz muriendo sobre su pecho; él la invitó a acompañarlo, con una sonrisa que le recordaba a Anthony Hopkins en  El Silencio de los Inocentes, como si el deseo se le estuviera evaporando ante la cordura.

“Cierra la puerta cuando salgas, yo me voy para la fiesta”, dijo ella, mientras se ajustaba el pantalón. Él la miró sorprendido y mareado por tener a ese sol de frente en medio de la noche.

“Pensé que querías que estuviéramos juntos”, contestó él, cubriendo con las sábanas su desnudez.

“No estamos juntos”, dijo, con una voz tan firme como su paso mientras dejaba la casa, aunque por dentro sintiera un aguacero de miedo.

Cerró la puerta y corrió espontáneamente hacia la calle principal, huyendo de un presente abrumante. Cuando ya le faltaban pocas calles se encontró con Emilio, que traía una botella de vino entre las manos.

“Hola, iba para tu casa. Quería celebrar la noche contigo”, dijo de una manera que le desarmó las rodillas, como si le estuviera ofreciendo el elixir contra el desamor.

Ella lo miró con agradecimiento, tratando de sacar la fina coquetería que había aprendido de su madre.

“Celebremos en tu casa, porque en la mía parece que la tarde no hubiera terminado, y a mí me gustan las madrugadas”.








martes, 27 de mayo de 2014

Incertidumbre en la sala de espera

Con pronóstico reservado se mantenía ayer Jimmy Mauricio Lugo García, el joven de 18 años que sufrió un impacto de bala el domingo pasado, horas después del partido entre Deportes Quindío y América de Cali.

En la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital San Juan de Dios está Bibiana García Saavedra, su madre, quien expresó que hasta el momento la expectativa de vida de su hijo es casi nula.

Con la tristeza en sus ojos, pero con el rostro sereno, la mujer relató que su hijo se debate entre la vida y la muerte en este momento, después de haber decidido acompañar a sus amigos a un partido de fútbol, aunque ninguno de los dos equipos le despertara la pasión de la mayoría de personas en la tribuna.

Sin embargo, el problema no se presentó en el estadio Centenario ni en sus alrededores, sino en el barrio Santafe, donde Jimmy Mauricio y sus compañeros ingresaron a una tienda, con la intención de esconderse de algunos hombres que los perseguían en una moto, pero, antes de poder hacerlo, una bala en la cabeza lo sorprendió.

Narrar esta situación no es sencillo para doña Bibiana, sus lágrimas y las de sus acompañantes, que son familiares del muchacho, demuestran el enorme daño que logra hacer un artefacto pequeño, que rompe ilusiones y limita destinos.

Después del impacto, el joven herido fue trasladado al hospital departamental del Quindío, donde ingresó inmediatamente al quirófano. Allí, los médicos descubrieron que los delincuentes no habían logrado quitarle la vida, pero que su cerebro se encontraba destruido, terminando con las posibilidades de que Jimmy retome una vida normal, y aproximando, casi a centímetros, a la muerte que últimamente se pasea entre los asistentes a los partidos de fútbol.

De nuevo, la madre de cinco hijos, que hoy enfrenta la tragedia de estar a la espera del destino en esa sala de hospital, repite el parte médico que le han entregado: a su hijo no le pudieron extraer la bala, ya que esta se destruyó dentro de su cuerpo, al igual que su cerebro, por lo que solo retiraron esquirlas.

El adolescente tiene dos opciones, vivir parapléjico o morir, por lo que la mujer, quien quiebra en llanto, no duda en escoger la última, afirmando no hay justicia en enfrentar la vida sin todas las capacidades y oportunidades, como con las que gozaba Jimmy hace apenas cuatro días.

Muchachos se pasean por la sala, se acercan a doña Bibiana solicitando volver a ver a su amigo, el dolor aflora en la mirada de más de uno, mientras que ella, en silencio, espera el momento para volver a verlo, aunque sienta que no está ahí.

Al preguntarle por los agresores, y por la captura de uno de ellos, la madre indica que no le importa si son aprehendidos o no, pues no ve cómo ese acto pueda devolverle la calma a su vida, y la voz, la mirada y la alegría a su hijo, que hoy lucha dentro de una estabilidad que la obliga a estar sentada entre las paredes blancas que esta vez no son símbolo de paz.*

*Publicado en LA CRÓNICA/cronicadelquindio.com

lunes, 21 de abril de 2014

El adiós a mi maestro


Maestro, aún lloro su partida, es tan grande la marca que sus letras dejaron en mi memoria, que sentirlo lejos me deshace los ojos.

Gracias por haber decidido sentarse frente a un papel en blanco y dejar volar su imaginación, por ser el proyector que grabó imágenes de polvo naranja de la costa volando con el viento, por el gallo del coronel, la belleza de Remedios y la muerte de Santiago.

Gracias por inspirarme, porque si hoy le escribo es porque lo leí por primera vez a las doce años, porque su magia tocó mi realidad y esta añoranza de saberlo satisfecho y recompensado mueve mi pecho.

Gabo, qué alegría sentirlo mi compatriota, que orgullo haberlo conocido tan bien a través de montones de páginas en las que narró las mejores historias de mi vida, porque en cada frase usted fue tan tangible para mí, como la tinta que se graba en los libros, porque siento que fue mi amigo, porque me deja un ejemplo de vida y porque pude ser testigo de su genialidad, que será infinita, y que es todo un regalo para mi existencia.

Ese regalo me permitirá buscarlo cuando llegue a Macondo, cuando le pida que me lleve a conocer el hielo, esa materia tan común, que hoy es uno de sus más grandes legados.

Cuando yo llegue a Macondo, maestro, déjeme abrazarlo, déjeme darle las gracias, porque si hoy mi vida transcurre entre letras, historias y escrituras, es gracias a usted.

Maestro, gracias por vivir en esta época, porque puedo encontrarlo en sus palabras cada vez que consulte su obra. Gracias por escribir, por decidir emprender ese camino, por no ser médico ni abogado, ni contador.

Qué el cielo abrace eternamente su memoria, su imaginación que llegó a la mía, que iluminó a todos los que lo extrañamos, porque esta vida tiene gracia, gracias a los momentos que me dediqué a leerlo.

Gracias por ayudarme a comprender la vocación del amor, por mostrarme la vida de las letras, y por hacerme sentir orgullosa cada vez que alguien me pregunta si lo he leído. 

miércoles, 9 de enero de 2013

Cuando lea, recordará.


Todas las familias tienen múltiples historias, anécdotas, vivencias y recuerdos que brincan de vez en cuando en la memoria; leyendas de los miembros más antiguos, de esos tíos aguerridos y de los hermanos llorones, una herencia oral que pasa de generación en generación, así como el legado que no se cuenta, sino que se lleva sobre la cara, rasgos y maneras de hablar características de un apellido.

Una historia familiar hecha libro es el recomendado de esta semana, un recuerdo impreso que lleva como título una palabra antónima, ‘El olvido que seremos’ de Héctor Abad Faciolince.

Este es un testimonio de valentía. Un escritor que se atreve a volver a ser niño, a rememorar las costumbres católicas que tanto lo aburrían y el diablo al que le dejó de tener miedo, las cinco hermanitas que hacían que al referirse a ellos su mamá dijera “Niñas”, sus días de ir a la escuela sin ganas, sus primeras aventuras frente a una máquina de escribir y el argumento más profundo y sentido de todo este libro, el amor intenso hacia su padre y la violencia anónima de la que ha sido presa nuestro país.


Digo que esta es una narración valiente porque Abad Faciolince revive en cada una de las páginas un suceso importante de su vida, materializando sus ratos más alegres en palabras sobre el papel, pero también los instantes más dolorosos que marcaron su vida y su familia,  logrando que el personaje central, su progenitor, se convierta en una figura heroica por la pasión a su profesión, por ser padre y por el trágico final de su vida.


A medida que el lector va conociendo la historia, se hace fácil recordar a la par con el autor, darle imagen a cada palabra y rostro a los personajes, construir en la mente las edificaciones de ese Medellín de los años 60’s y, además, relacionar esas vivencias ajenas con las propias, notando que lo lírico también vive intrínseco en las experiencias personales, que todos tenemos algo que contar.

De esta manera, se hace público el amor por la presencia y el dolor por la ausencia apresurada de un padre, explicando cada detalle, reconstruyendo lo vivido de una forma magistral, haciendo sentir la emoción con la que, seguro, fue pulsada cada tecla al momento de escribir.

No temo el suponer que este relato fue escrito con un montón de fotos alrededor, enriquecidas por largas charlas con quienes aún no pasan a ser ese olvido que dicta el título, con revelaciones nocturnas, con lágrimas sobre el papel y música clásica de fondo; construyendo, con todos estos elementos, el escenario perfecto para evocar a ese hombre que pese a lo intacto que lo hace parecer cada párrafo, ya no podrá regresar de ese destino abrupto.

Sin embargo, este no es un libro triste, es el testimonio de una vida colmada de esos matices comunes de alegría y tristeza, de sonrisas y llanto, evidenciando la complejidad de ser uno mismo, de vivir entre los rituales católicos y la dulzura e irreverencia de un padre que siempre fue adversario de las costumbres más enraizadas, como la mano dura y los rezos constantes.

Al final, todos seremos una espiral de evocaciones, una esencia recurrente o escasa en la memoria de alguien, por esto, qué bueno es sentarse a repasar la vida, acordarse de gente y de momentos, o también, aprender a apreciar las memorias de otro, leer las manías de don Héctor, sus vacaciones en familia y todos esos detalles incluidos en un libro que hará que él no se convierta en un olvido, sino en un recuerdo colectivo.

Una historia de novatos.


Oliver tiene 38 años y su padre acaba de morir de cáncer. Es el momento de enfrentarse a la soledad y de seguir estático en una melancolía constante. Cuatro años antes de morir, a los 75, su padre admitió ser gay, y querer hacer algo al respecto. Es así como el presente y el pasado se entrecruzan en la película ‘Principiantes’ (‘Beginners’), de 2010, el recomendado de esta semana.

El director de esta cinta, Mike Mills, ofrece una historia repleta de flashbacks, los recuerdos del protagonista (Ewan McGregor) desde su infancia, hasta los últimos días de su padre. También nos deja ver la manera en que este personaje ve el mundo, representando su tristeza con dibujos espontáneos y reflexiones profundas acerca de su vida y de quienes lo rodean, las cuales son ejemplificadas con imágenes de la cotidianidad. Es así como la película se toma el trabajo de construir íntegramente a este personaje, consiguiendo que los espectadores reconozcamos quién es Oliver completamente.

Hal (Christopher Plummer), el padre de Oliver, es un hombre mayor, viudo, decidido a salir del closet, a “no ser gay sólo en teoría” y poder vivir libremente con una inclinación sexual escondida desde la adolescencia. Este personaje logra representar el deseo de querer expresarse y mostrarse cómo es en realidad, de disfrutar la vida y abrirse a un mundo lleno de variedad y en algunos casos, de extravagancia, que antes se encontraba restringido. La actuación de Plummer se ha considerado brillante, mereciendo así diversos galardones, entre ellos el Oscar 2011 a mejor actor de reparto.

Para terminar de complejizar la historia, está Ana (Mélanie Laurent), una actriz francesa, solitaria y atormentada por algunos fracasos amorosos, que se fija en Oliver, dándole un toque de romance a su vida tras el fallecimiento de Hal, permitiendo que evalúe sus propios miedos e identificando ese mismo sentimiento de amor en los recuerdos de su padre enamorado, por primera vez, de un hombre y en edad adulta.

Estas son las historias que hacen que ‘Principiantes’ sea  una sucesión de momentos dramáticos matizados con toques de gracia y humor poco evidente. Oliver queriendo madurar, inmerso en la depresión que provoca los cambios de la vida, con miedo de seguir y curiosidad por ver qué viene; a la vez, la vida presentándose frente a él, frente a quien vea esta película, con desparpajo, con remembranzas confusas y con ese delirio que trae la tristeza, el cual, visto desde afuera se vuelve gracioso, además de ciertos personajes secundarios que se encargan de adornar lo patético con frases frescas, como la cereza burlona sobre la falta de motivación para salir del dolor.

Una película meticulosamente editada, encarando un suceso que es poco explorado, el homosexualismo en la vejez, y haciendo de la melancolía un recurso y un modo de contar, porque está presente en las personalidades de los personajes, en la música y en el color de esta historia temeraria, sencilla y honesta que nunca deja de ser entretenida. Una cinta que, tal vez, no sea la mejor opción para quienes prefieren películas más rápidas y explosivas, pues ésta, sin caer en la lentitud, trata de ser analítica y de desmenuzar la emotividad, haciendo que éste sea un elemento extravagante y que puede darle pesadez a la historia en la perspectiva de algunos espectadores. 


La mayoría de las situaciones de la vida traen nuevos comienzos, instantes de sentirnos inexpertos en algo, de no saber qué viene o para dónde vamos, como enamorarse o tener que ver morir a alguien, sabiendo que cualquiera que sea la experiencia siempre dejará un recuerdo, un aprendizaje o una película para recomendar.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Sentada mirando hacia atrás.


Los días empezaron a verse grises. Cuando llovía, mis ojos llovían con el cielo; el famoso nudo en la garganta desarma más cuando amarra también al corazón, cuando todo el dolor se llora y se grita y, aún así, no se calma, no se apacigua.

Despertaba y su imagen estaba ahí, el dolor también. Aprendí que nunca antes había sentido tristeza o dolor real, eran una especie de simulacro del corazón, pero un dolor así es indeseable, es extremo, es como caer en picada contra un lago congelado, un punzón que rompe de adentro hacia afuera.

En esos momentos sentía como la vida se había ido para no volver, un adiós inesperado, un sentimiento compartido que se había ido de un solo lado, que se quedó medio y medio ya no puede vivir.

Lloré todo lo que no lloré nunca, un llanto inacabable, agotador, pero constante. Me pregunté por qué, sentí que todo estaba perdido, me sentí totalmente vacía, sin esperanzas de poder seguir, derrotada. Fui culpable, inocente, llena de miedo, valiente y desmedida. Nunca estuve tan perdida y tan lastimada, ya no quería seguir, no había fuerza; la felicidad decidió colgarse de un hombro masculino e irse con él, decidiéndose a no regresar.

Mi corazón y mi cerebro se dedicaron a analizar cada situación, a repensar las cosas, a trazar estrategias, a evaluar, pero sobretodo a aprender. Ninguna estrategia fue válida, ese camino ya estaba cerrado, el amor deberá regresar por un camino diferente y más largo. Aceptarlo fue difícil, aún seguía soñando con reencuentros, visualizando escenas de amor en mi mente, pero el tiempo se decidió a mostrarme que ya no había remedio, que debía darle libertad, dejar ser, dejar fluir y andar por una vía diferente a esa persona que me había dado tanto de si mismo, hacerme a un lado y buscar mi propio rumbo.

Es sorprendente como todos, a la final, terminaremos siendo un recuerdo,  las sonrisas, los instantes y la complicidad que tuve con ese ser ‘ideal’ ahora sólo vive en mi memoria, en el pasado. A veces esa imagen se materializa en lugares comunes, con la mirada esquiva y el saludo forzoso y aunque se ve igual, ya no está ahí, esa esencia ya no vive más, también se fue. Yo me siento a mirar desde esa distancia física e imaginaria, desde el balcón del agradecimiento y del adiós, a ese hombre que alguna vez me hizo tan feliz, es gracioso ver como todo se evaporó y también, la manera tan perfecta en que mi tacto memorizó la textura de su cara, el recuerdo exacto de su forma de caminar, de su risa y de su forma de hablar.

Todavía siento nostalgia al recordar esa experiencia, porque fue magnífica. Crecí tanto, son los retos los que moldean el carácter, los que nos dan las lecciones más sabias, amar y olvidar son dos vivencias que me han hecho ser mejor, que me han enseñado que la felicidad existe y que estar triste no vale la pena, que nada es para siempre y que todo hay que disfrutarlo. Siempre hay que tener la certeza de dejar un recuerdo feliz, una remembranza que sea un tesoro en la vejez. Sé que me falta mucho por aprender y por eso la vida traerá más sorpresas, más amores y más llantos, más textos iguales a este y más saludos de extraños que alguna vez fueron los más conocidos.

La prueba no ha sido superada en su totalidad, pero la vida se encarga siempre de que me sienta mucho más fuerte, de mostrarme la fortuna de vivir con la comprensión, la calidez , la ternura y la rudeza de quienes desean seguir recorriendo la vida a mi lado y sus palabras que me hacen despertar, pensar y sonreír; la fortuna que no sé en que línea de mi mano se marque, pero que la siento presente en mi futuro, el regalo de vivir, el regalo de amar, de sufrir, de aprender y de seguir de pie esperando con un abrazo lo que venga. Gracias.