Los días empezaron a verse grises. Cuando llovía, mis ojos
llovían con el cielo; el famoso nudo en la garganta desarma más cuando amarra
también al corazón, cuando todo el dolor se llora y se grita y, aún así, no se
calma, no se apacigua.
Despertaba y su imagen estaba ahí, el dolor también. Aprendí
que nunca antes había sentido tristeza o dolor real, eran una especie de
simulacro del corazón, pero un dolor así es indeseable, es extremo, es como
caer en picada contra un lago congelado, un punzón que rompe de adentro hacia
afuera.
En esos momentos
sentía como la vida se había ido para no volver, un adiós inesperado, un
sentimiento compartido que se había ido de un solo lado, que se quedó medio y
medio ya no puede vivir.
Lloré todo lo que no lloré nunca, un llanto inacabable,
agotador, pero constante. Me pregunté por qué, sentí que todo estaba perdido,
me sentí totalmente vacía, sin esperanzas de poder seguir, derrotada. Fui
culpable, inocente, llena de miedo, valiente y desmedida. Nunca estuve tan
perdida y tan lastimada, ya no quería seguir, no había fuerza; la felicidad
decidió colgarse de un hombro masculino e irse con él, decidiéndose a no regresar.
Mi corazón y mi cerebro se dedicaron a analizar cada
situación, a repensar las cosas, a trazar estrategias, a evaluar, pero
sobretodo a aprender. Ninguna estrategia fue válida, ese camino ya estaba
cerrado, el amor deberá regresar por un camino diferente y más largo. Aceptarlo
fue difícil, aún seguía soñando con reencuentros, visualizando escenas de amor
en mi mente, pero el tiempo se decidió a mostrarme que ya no había remedio, que
debía darle libertad, dejar ser, dejar fluir y andar por una vía diferente a
esa persona que me había dado tanto de si mismo, hacerme a un lado y buscar mi
propio rumbo.
Es sorprendente como todos, a la final, terminaremos siendo
un recuerdo, las sonrisas, los instantes y la
complicidad que tuve con ese ser ‘ideal’ ahora sólo vive en mi memoria, en el
pasado. A veces esa imagen se materializa en lugares comunes, con la mirada
esquiva y el saludo forzoso y aunque se ve igual, ya no está ahí, esa esencia
ya no vive más, también se fue. Yo me siento a mirar desde esa distancia física
e imaginaria, desde el balcón del agradecimiento y del adiós, a ese hombre que alguna
vez me hizo tan feliz, es gracioso ver como todo se evaporó y también, la
manera tan perfecta en que mi tacto memorizó la textura de su cara, el recuerdo
exacto de su forma de caminar, de su risa y de su forma de hablar.
Todavía siento nostalgia al recordar esa experiencia, porque
fue magnífica. Crecí tanto, son los retos los que moldean el carácter, los que
nos dan las lecciones más sabias, amar y olvidar son dos vivencias que me han
hecho ser mejor, que me han enseñado que la felicidad existe y que estar triste
no vale la pena, que nada es para siempre y que todo hay que disfrutarlo. Siempre
hay que tener la certeza de dejar un recuerdo feliz, una remembranza que sea un
tesoro en la vejez. Sé que me falta mucho por aprender y por eso la vida traerá
más sorpresas, más amores y más llantos, más textos iguales a este y más
saludos de extraños que alguna vez fueron los más conocidos.
La prueba no ha sido superada en su totalidad, pero la vida
se encarga siempre de que me sienta mucho más fuerte, de mostrarme la fortuna
de vivir con la comprensión, la calidez , la ternura y la rudeza de quienes
desean seguir recorriendo la vida a mi lado y sus palabras que me hacen
despertar, pensar y sonreír; la fortuna que no sé en que línea de mi mano se
marque, pero que la siento presente en mi futuro, el regalo de vivir, el regalo
de amar, de sufrir, de aprender y de seguir de pie esperando con un abrazo lo
que venga. Gracias.
Regocijado de saber que mi pueblo sigue produciendo talentos, eso me hace querer más a mi bella comarca sevillana. Siga adelante. Muchos éxitos siempre.
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