jueves, 8 de septiembre de 2011

Multiplicación

Mi abuelo tiene 88 años, su pelo está todo blanco, sus mejillas arrugadas y sus manos tiemblan de vez en cuando, vive solo en la casa que ocupó con toda la familia en 1975, cuando por fin se establecieron en el pueblo, en Sevilla, Valle.

Saúl Vargas es su nombre, es el papá de mi mamá y de nueve hijos más, abuelo de 18 nietos; un viejito caminador, de izquierda, que cuando llega a su casa por las tardes siembra yuca, arracacha y ahuyama y encuentra en ese oficio su propio paraíso.
Mi abuelo nació en Urrao, Antioquia, en 1923, estudió hasta 4to de primaria y se desempeñó en distintos oficios, principalmente como trabajador de finca. En 1950 llegó a trabajar a la finca de Pedro Aristizábal, en Belén de Umbría, Risaralda, la cuarta hija de los patrones, Gabriela, se convirtió en su amor y la mujer que cortejó con palabras y salidas a misa.

Gabriela Aristizábal fue una mujer fuerte y amorosa, nacida en Granada, Antioquia, hija de una familia campesina bien acomodada, pero que fue perdiendo muchas de sus propiedades por el vicio de jugar dados que tenía el padre.
Mi abuela hacía el mejor chocolate que probé en la vida, cantaba y siempre estaba pendiente de su ‘Negro’, el mismo con quien se casó en 1952 a las 5:30 de la mañana, con quien tuvo diez hijos, el hombre con el que estuvo hasta el año 2001, cuando ella falleció por complicaciones cardiacas a los 70 años de edad y dejó un vacío, pero a la vez el regocijo de haberla tenido.

En Ipiales, Nariño, nació en 1918 Anibal Caicedo, hijo de una familia de clase media, un hombre trabajador desde siempre, pero que nunca descuidó sus estudios. Tuvo la oportunidad de estudiar Química y farmacia en la Universidad Central de Quito, lo cual le brindó varias oportunidades de trabajo, entre ellas, desempeñarse como profesor. Mientras vivía en Cali, durante el año 1948, recibió la propuesta de trabajar en dos colegios en Sevilla, Valle y aceptó.

Trabajó como profesor de química y estableció los laboratorios de ambos colegios. Con el propósito de tener una farmacia, arrendó un local a la familia Arboleda, una de las familias importantes del pueblo, dueña de varias fincas, las cuales consiguieron gracias al contrabando de tabaco que realizaban años atrás. Graciela, una de las hijas de esta familia, se convertiría, en el año de 1950, en la esposa del profesor Caicedo.

Mi abuela Graciela era una mujer muy refinada, lo sé por lo que me ha contado mi papá, ya que nunca la conocí. Sabía de modales, repostería, bordar, una de esas señoras elegantes, que siempre tienen la casa perfecta. Tuvo seis hijos con Anibal, cuatro hombres y dos mujeres, vivieron en Sevilla, Bogotá y Cali, ciudad en la que estuvieron desde 1971 hasta la muerte de ambos en los años 90.

Las familias son de contrastes. El tercer hijo de los Caicedo Arboleda, Jorge, fue el cansón, el de las travesuras y pelas diarias, el que vivió en diferentes regiones del país, quien a los 23 años ya tenía dos hijos y una carrera universitaria que terminar, que hacía arcilla, tocaba flauta, sembraba café y dibujaba en carboncillo; quien por fin, en 1983, se graduó de arquitecto de la Universidad Nacional y en el 89 volvió a Sevilla para vivir en la finca de su mamá y trabajar de manera independiente, como lo sigue haciendo hasta hoy, jornaleando y dibujando.

El 89 era el año en que Stela, la hija de Gabriela y Saúl, buscaba ser nombrada de profesora tiempo completo en algún colegio en Sevilla, después de haberse graduado de Licenciada en Historia y Geografía de la Universidad del Quindío en 1983. Repartía su tiempo haciendo remplazos y licencias en los colegios y trabajando como auxiliar de odontología. Ella siempre tan libertaria, alborotada, risueña y templada; de mano dura y palabras dulces con las que aún enseña a jóvenes de bachillerato, ubicación, mapas, capitales, civilizaciones y épocas del mundo.

Un tratamiento odontológico fue la casualidad que unió a mis papás, unió dos familias distintas, cuatro personas multiplicadas que dieron como resultado a quien hoy trata de escribir su historia, una mezcla de gente, anécdotas y recuerdos que muchas veces se esfuman de la memoria y de las historias que nos cuentan, pero que siempre estarán corriendo por las venas.

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