El teléfono sonó a una hora apropiada, mi mamá contestó y nada se salía de la normalidad de aquel día. Sin embargo, hay sonidos que rompen con la normalidad, que alertan los sentidos, que hacen que lo normal desaparezca.; sus sollozos fueron ese aviso que me sacaron de lo que, ni siquiera recuerdo, estaba haciendo en ese momento. No sé si era sábado o viernes, pero ese 23 de abril se volvió inolvidable, ese día murió mi tío.
Llegué a pensar que la muerte de un tío no era algo tan grave, el típico comentario de, “tal vez lloraría un poquito”, pero ese día descubrí que no es así de fácil.
Me acerqué a mi mamá preguntándole angustiada qué pasaba, qué la hacía llorar; sus ojos húmedos y tristes y su desesperada voz me contestaron que ese día tan común y corriente terminaba y daba inicio a una noche lenta y triste con la muerte de mi tío, el único hermano de mi mamá, el hermano menor,el padre de cuatro, el que me hacía reír los sábados, el que hacía sentir orgullo en toda la familia. Había muerto por un balazo mortal.
El mundo nunca se detiene, pero si puede seguir su rumbo sin dar aviso, y arrastrarnos de un tirón, como cuando llorar es inevitable y ya no se sabe qué hacer, cuando se sabe que es momento de contar la noticia, contar una mala noticia a los seres más queridos.
Descolgar el teléfono y sentir del otro lado el saludo alegre de la tía que no se ve hace tiempo, la que está más lejos; en ese momento no sabía cómo hablar, que tono usar, trataba de buscar la forma más amable de dar la noticia más amarga que, seguro, ella y mis otras seis tías, han recibido alguna vez. Escuchar el modo en que la alegría se iba esfumando de su voz para terminar convirtiéndose en un grito seco y triste, que terminó acumulándose con todas esas reacciones de dolor diferentes vividas en un mismo día.
Esa noche fue fría y lenta, ya no era normal. Dormir no fue fácil, la vida cambia y sorprende en segundos; uno nunca espera o mejor, nunca aspira el tener que vivir algo tan trágico, porque la muerte siempre será trágica y cruel, pero lo es mucho más cuando esta aparece de la mano de un tercero, que sin motivos aparentes o conocidos, arranca una vida, arranca sonrisas, destroza un hígado y muchos corazones.
El color del día siguiente era obvio y obligado, toda una familia vestida de ese color y una caja de madera solamente son normales para los trabajadores de las salas de velación, porque, por más que tratemos de entender y aceptar, los días de muerte nunca serán comunes, nunca será normales.
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