jueves, 17 de marzo de 2011

Volviendo


Imagen Olivia Bee.


Volver a mí, que tarea más complicada. Empezar de nuevo, reconocerme sin que ningún otro factor externo altere mis emociones.

Volver a mí es verme como soy en realidad, saber de una vez por todas qué ha cambiado, quién soy, a qué me atrevo y de qué me abstengo.

Volver a mí es un camino de excesos, de desilusiones, de sangre, de corazones rotos, de indecisión, de miedos, de retos; de nuevos conocimientos acerca de rutinas conocidas, de retórica y de lógica, de recorrer nuevos caminos experimentando sentimientos tan conocidos y tan distintos como la vida misma.

Volver a mí es complicado. No recuerdo lo que es estar conmigo misma, no me acuerdo qué es disfrutar la soledad, no sé cómo gozar de la buena vista sin caer en el desespero, no sé cómo es cambiar los papeles de la rutina y de la fatalidad.

El amor es un camino destapado lleno de piedras con las que es probable tropezar, lleno de tierra que se atranca en los zapatos, lleno de hierba tentativa, de flores arrancadas y charcos que hacen que todo el ser se hunda en el peligro de no volverse a encontrar.

Volver a mí implica sentirme sola, desconocerme y conocerme distinta, maltratada y ajetreada. Reconocer la especie masculina y femenina en una faena diferente, dejar de ser elocuente, saber que mi lenguaje no sabe lo que dice ni lo que siente.

Volver a mí, no es volver a mí, es volver a alguien más que se alberga en mi cuerpo, es saber que mis ramas pueden haberse torcido, pero que hay tiempo de sacar ventaja de eso, empezar desde cero, cambiar de frecuencia, armarme de nuevo, saber qué quiero, querer lo que tengo, quererme a mí.

Volver a mí es el camino riesgoso, el camino seguro. Rodearme de vida, prepararme para vivir con más alegría, saber que si caigo me levanto primero, que todo lo puedo, que ya no tengo miedo.