
Las maquinas de los casinos siempre brillan, siempre presentan en sus pantallas a personajes animados cargados de oro, sonrientes, con gestos que invitan a jugar, a arriesgar el sueldo, ya que siempre está la opción de ganar y como buenos seres humanos que somos, vemos, la mayoría de las veces, el mejor lado cuando las probabilidades son mínimas y viceversa.
La fascinación que genera tener la oportunidad de obtener dinero fácil y de una manera legal apasiona a más de uno. Personas de todas las edades, gente que puede tener la facilidad de apostar dinero sobrante o de quienes apuestan lo que les falta, gente que aunque pierda, sigue convencida en que su momento de suerte llegará mientras ellos estén allí sentados cómodamente y no cuando están de verdad trabajando por conseguir su sustento.
Y es que aunque las maquinitas y los juegos de azar puedan ser una buena entretención pasajera y esporádica, es tan adictiva como una droga dura; casi un cuarto de la población de cada estrato social de Colombia acostumbra a jugar maquinitas o juegos de casino según un informe hecho por ETESA. Los visitantes de estos casinos casi siempre son los mismos, personas de distintas capacidades económicas, edades variadas y de ambos sexos, gente que desperdicia buenas horas de su vida mirando en una pantalla muñequitos coloridos y ridículos. Las oportunidades de ganar son pocas, el hecho de duplicar o triplicar lo apostado somete al apostante a una ansiedad y a una ambición crecida con ilusiones que puede llegar a derrumbarse en pocos segundos, convirtiendo esa ambición en decepción.
Yo misma he sentido el afán de ganar, la preocupación y culpabilidad después de meter el billete a la máquina; he estado también en la situación esperanzadora de ganar, he sido presa de la codicia al conseguir buenos resultados y también he experimentado la derrota, la sensación de que tal vez pueda recuperar lo perdido y también, la vocecita del ángel que dice: “Es mejor regresar a casa”.
No sé si quienes juegan tengan una gran estrategia y asistan siempre a los casinos porque ya tienen una técnica, pero en las maquinitas no hay técnica que valga, es sólo un juego de meter un billete o una moneda y apretar un botón. Sin embargo la popularidad que han conseguido estas máquinas desde su invención en el año 1895 es arrasadora, se han convertido en uno de los juegos más populares en los cinco continentes.
¿A qué se debe el gusto por este tipo de juegos?
Seguramente su mayor atractivo es el poder obtener altas sumas de dinero introduciendo una cantidad mucho menor. Es también una diversión para adultos disfrazada en un juego de niños, donde personajes animados invitan a darles dinero. Es una estrategia de engaños y de “confianza” que ha defraudado a más de uno, pero que no obstante termina por atrapar y convencer de que jugar puede llegar a ser una buena opción.
No sé que tan buena opción resulte ser el juego para muchos ludópatas o para apostadores menos adictos, pero el arriesgar el dinero para poder conseguir más es quizá una rutina absurda para quienes no tengan con qué reponer lo que han jugado, no sólo es dejarle a los juegos de azar el dinero, sino también es apostar la vida misma, la de los suyos, dejar al destino el futuro.
El azar es el mejor negocio para quienes ponen las máquinas cerca de quienes, deseosos, vienen a buscar un salario de ellas. Es una diversión para quienes ven cómo se llenan de dinero y vacían bolsillos de desconocidos. Es un placer para quienes al final se quedan con el premio gordo sin tener que introducir a ningún héroe de la patria por una ranura que no tiene salida, sino que con el giro de una llave encuentra una suerte segura.